martes, 19 de enero de 2010

Un Disparate

Había una vez, en un reino llamado Disparate, un hermoso castillo en el que vivía el rey, la reina y su hija Kasandra. Esta última estaba por cumplir años. Justo, justo tenía que elegir un muchacho para que fuera su esposo. Así que como siempre hacen en los cuentos el rey y la reina organizaron un gran baile al cual estarían invitados todos los muchachos del reino para que Kasandra eligiera a su futuro esposo.


Mientras la princesa elegía el vestido, el peinado y los zapatos que usaría en el gran baile, en otro lugar de Disparate una señora muy elegante recibía en un bonito sobre la invitación para el baile en el castillo.
Apuradísima entro a su casa gritando: “todos los muchachos que viven aquí deben presentarse ahora mismo en el living”.
El primero en llegar fue Anacleto. Después apareció Aldo hablando por celular con un amigo, lo seguía Aroldo que llego escuchando música en el MP3 y por último Alfonso que arrastrando los pies decía: “¡UFA! Mamá siempre tenes que llamarme cuando estoy jugando en la compu. Justo estaba por pasar de pantalla”.
La elegante señora dijo. “No me hagan enojar apaguen todo objeto electrónico que estén usando, dejen de rezongar y escuchen con mucha atención… Esta noche hay un gran baile en el palacio y estamos invitados. Kasandra va a elegir a su esposo y estoy segura que va a ser uno de ustedes”
“¡UFA!. Yo no quiero ir a un baile. ¡QUIERO JUGAR EN LA COMPU!” dijo Alfonso resoplando
“¡Cállate y no seas desobediente, vas a ir al baile con tus hermanos! Esta claro y no quiero escucharlos más, esta decisión no esta en discusión.”
Los tres muchachos abandonaron la habitación con las cabezas gachas, mirando el piso y refunfuñando entre dientes. Solo quedo Anacleto que tímidamente dijo: “Madrastra, ¿Yo puedo ir al baile?”
“¿A que queres ir?”
“A mi me gusta mucho bailar, ¡yo quiero ir, POR FA!”
La madrastra lo miro con cara de mala y dijo con voz suavecita: “No podes ir. No tenes ropa ni zapatos y yo no tengo plata para comprarte. Además tenes que ordenar los juguetes que tus hermanastros dejaron tirados”
Llego la noche y Aldo, Aroldo y Alfonso estaban re lindos prontos para salir. La señora elegante gritaba de una forma no muy elegante desde la camioneta que ya estaba encendida: “!Apúrense que no quiero que lleguemos tarde ¡”. Los tres se miraron revoleando los ojos y marcharon en fila, seguidos por Anacleto que desde la puerta volvió a insistir una vez más: “Porfi… puedo ir con ustedes. Me visto rapidito, rapidito y”… antes que terminara de hablar la madrastra grito: “¡YA TE DIJE QUE NOOOO!” y arranco la camioneta no sin antes recordarle a el muchacho que debía ordenar los juguetes de los hermanastros.
Anacleto cerro la puerta y se puso a llorar, las lágrimas no le permitieron ver que en un rinconcito del cuarto empezaban a brotar quien sabe de donde muchas pompas de jabón.
De pronto una voz le dijo: “Hola”, tocándole despacito el hombro. Anacleto se asusto al principio, pero después de secarse las lágrimas miro bien y dijo: “Hola,… ya se, vos sos mi hada madrina”
“¿Yo?, tu hada madrina. NOOO. Yo soy una brujita, me llamo Manuela”.
“Entonces no voy a poder ir al baile. ¿Para que quiero que estés acá? Si no vas a vestirme, ponerme zapatitos y hacer que una carroza me lleve al baile hasta las 12. Porque después se rompe el hechizo”
“Sabes que, no, no soy un hada. Las hadas se les aparecen a las chicas que sueñan con ser princesas y vos sos un chico. Pero igual voy a hacer que vayas al baile. Ha y hay otra cosa mi hechizo no desparece sino hasta que el sol se asoma por el horizonte. Pero primero hay que ordenar los juguetes”.
Ambos pusieron manos a la obra, mientras Manuela hacía aparecer chocolates y caramelos de su gorro: largo, terminado en punta, negro, con estrellas y lunas que lo maquillaban.
La brujita le enseño a Anacleto canciones y juegos que a él le encantaron y se divirtió mucho, mucho.
Cuando se dio cuenta ya estaba pronto para irse al castillo, afuera de la casa estaba un auto chiquito y simpático, con un hombrecito peludo, con trompa y también chiquito y simpático. Al despedirse de Manuela y darle las gracias ella le dio un beso en la mejilla que lo puso colorado.
Llego al palacio, descendió del auto y ya estaba por empezar a correr cuando escucho una vocecita graciosa que decía: “¿Puedo ir contigo? Si me quedo acá, esperándote solito me voy a aburrir muchiiiisimo”. Anacleto lo miro y le estiro la mano. Juntos entraron al palacio.
Al entrar vieron a Kasandra, jugando con un montón de juguetes y comiendo muchas golosinas, el resto de los invitados parecían estar bastante aburridos.
Ellos empezaron a bailar y a comer chocolates ensuciándose la trompa, las manos y hasta la nariz.
La princesa se acerco a su padre y señalando a Anacleto dijo: “Ese es el que me gusta, quiero que ese sea mi esposo”. Casi no le dio tiempo a su hija de que terminara de hablar que el monarca ya estaba al lado del muchacho invitándolo a jugar con Kasandra.
Él se había puesto muy nervioso pero el amistoso personaje que conducía el pequeño auto y al que ya consideraba su amigo, lo tranquilizo. Anacleto solo le pidió que no se separara de él, a lo que el primero asintió.
Kasandra lo invito con un chupetín grande y lleno de colores Anacleto accedió y mientras le pasaba la lengua una y otra vez dijo en secreto a su amigo: “Es muy linda”.
Anacleto quiso jugar con un autito, Kasandra dijo casi gritando que no, después le pidió que cambiara la música, la princesa respondió que no. Además le pidió chocolate en lugar de caramelos y la respuesta de ella era siempre la misma: ¡NO!.
Un rato antes de que terminara la fiesta Anacleto se fue no sin antes despedirse del rey, la reina y Kasandra que también se negó a darle un beso.
Al día siguiente en la casa del reino llamado Disparate, solo se hablaba de la fiesta en el castillo mientras que Alfonso seguía quejándose por que su mamá no lo había dejado quedarse jugando en la computadora.
“No te imaginas lo linda y divertida que estuvo la fiesta. Es una pena que no hayas podido ir”…
La madrastra fue interrumpida por el timbre. En la puerta había un mensajero del rey: “Buenos días señora, traigo un mensaje de nuestra alteza”.
Agarro el sobre que el hombre tenía en sus manos y sin ni siquiera darle las gracias cerro la puerta y como era de costumbre, a los gritos llamo a sus tres hijos: Aldo, Aroldo y Alfonso que llego resoplando porque nuevamente le habían interrumpido su juego en la computadora. Después de tenerlos a los tres reunidos, sentados y callados dijo: “Mis queridos hijos acaba de dejarme este sobre un emisario del rey. En el esta el nombre de alguno de los tres: el futuro esposo de la princesa”.
Anacleto espiaba escondido desde otro lugar de la casa y la madrastra iba leyendo el mensaje, “¡AAAAAAAA!” grito enojadísima. “Anacleto veni amor”, él obediente como siempre apareció en la sala tímidamente. “La princesa te eligió como esposo, aunque no entiendo como, si no fuiste al baile y además sos muy feo, pero bueno vas a ser el futuro rey de Disparate”. Mirando a los otros chicos les dijo: “tráiganle a Anacleto un rico jugo y unas masitas. Después van a ordenar el desorden que tienen en el cuarto y Alfonso nada de computadora hasta que no terminen… no quiero escuchar ni un solo comentario”.
Así transcurrió el día del muchacho entre atenciones y halagos que con el correr del tiempo ya habían empezado a molestarle.
Cuando estaba por acostarse, el cuarto se lleno de burbujas y apareció Manuela, que quería saber como le había ido a su amigo en la fiesta. Anastasio pensó su respuesta y después sin estar muy convencido dijo: “si. Kasandra hasta me eligió como su esposo”. “…Que bueno…” dijo la brujita, aunque estaba un poquito celosa se alegraba por el muchacho, “Me vas a invitar a la fiesta ¿verdad?”. “Claro” respondió Anastasio.
Disparate se preparaba para la GRAN celebración. Anastacio concurría diariamente al castillo para elegir la vestimenta que usaría el día de la boda, además de optar por la decoración, las tortas, etc. aunque en realidad la princesa, su futura esposa no le dio la posibilidad de que decidiera nada. Todo, absolutamente todo fue de acuerdo a su gusto, solo a su gusto.
La noche antes de la boda, después de que su madrastra y hermanastros se acostaron el se tiro en su cama agotado por la presión que sentía a causa del compromiso que iba a asumir al día siguiente.
Ya de madrugada Anastacio continuaba dándose vueltas sin poder dormir. En eso estaba cuando apareció Manuela, a él le pareció que estaba tan linda. “Hola. ¿Te gusta mi vestido? Es el que voy a usar mañana para tu casamiento y quería saber si te gustaba”, Anastacio la observo unos minutos fijamente y finalmente entre suspiros respondió: “SI, estas preciosa”.
Manuela bajo la mirada y sonrío poniéndose un bastante colorada. “Vine a buscar la invitación sin ella no voy a poder entrar a el castillo”. Ahora fue Anastacio el que bajo la mirada y casi en secreto dijo: “no tengo tu invitación…, la princesa no quiere que vayas, dice que una bruja no queda bien en una fiesta de la envergadura de la que sus padres organizaron”.
La brujita no dijo nada e intentando disimular las ganas de llorar dijo que bueno, que estaba bien y se fue.
Finalmente llego el día, la madrastra estaba nerviosísima preparándose para la fiesta y preparando a sus tres hijos que entre la computadora, el celular y el MP3 no terminaban de arreglarse. Mientras Anastacio estaba en una habitación junto a un sastre que le estaba arreglando el traje que vestiría, ya pronto salio al encuentro de la carroza que esplendida lo esperaba en la puerta de su casa.
En el viaje hacia el castillo el muchacho pensaba que ese traje que Kasandra había elegido para él lo hacía ver como un muñequito de esos como los novios de Barbie, así que se saco el moño, lo tiro por la ventanita del vehículo, se desprendió un poco la camisa y se quito el saco.
Finalmente los seis caballos blancos e imponentes se detuvieron frente al castillo. Anastacio lo recorrió con la mirada, un poco asustado, cuando en la ventana de una torre vio que estaba Manuela espiando, él sonrió y pensó que el que ella estuviera allí lo dejaba más tranquilo.
Ingreso al palacio por la larguísima alfombra roja ante la mirada de sorpresa de los invitados y la de enojo, mucho enojo de Kasandra a causa de su vestimenta. Cuando llego a su lado ella le dio un pellizco en el brazo, mientras que lo rezongaba bajito para que nadie escuchara el reto que le estaba dando.
“¿Kasandra acepta usted por esposo a Anastacio?”, “Acepto”.
“¿Anastacio acepta por esposa a Kasandra para jugar con ella, cuidarla y prestarle todos los juguetes hasta que la muerte los separe?”. El muchacho permaneció en silencio por lo que el que presidía la ceremonia volvió a repetir la pregunta. Anastacio juntando coraje y en un acto de valentía dijo: “No, no acepto. Primero porque me parece muy injusto que yo tenga la obligación de jugar con ella y prestarle mis juguetes y ella no la tenga. Segundo porque hasta que la muerte nos separe me parece mucho, mucho, mucho tiempo y tercero porque yo quiero a Manuela”
Nadie entendía nada. Los invitados se miraban y hacían comentarios entre ellos, los reyes se preguntaban como era posible que aquel muchacho no quisiera ser príncipe y Kasandra lloraba desconsoladamente, a los gritos diciendo como aquel del que ni siquiera recordaba el nombre la podía haber cambiado por una bruja. Mientras todo esto ocurría Anastacio salio despacito del palacio y afuera se encontró con Manuela que lo estaba esperando.
Juntos salieron corriendo y nadie más en disparate volvió a verlos… se comenta que vivieron juntos para siempre, felices y además de comer perdices comieron mucho chocolate.

FIN

Dedicado a mis dos hijos Joaquín y Frida. Gracias por ser mi inspiración y principalmente gracias por ser mi piojita y mi enano... LOS AMO!!!
Mamá

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